domingo, 12 de mayo de 2013

Somos gordos, seámoslo siempre


He leído con suma sorpresa la columna de Luis Felipe Zegarra en Diario.16[1], en la que critica ferozmente la Ley de Alimentación Saludable para Niños y Adolescentes, que, entre otros fines, busca regular la publicidad de las empresas de comida rápida. Su crítica, al igual que la de la gran mayoría de lo que se opone a esta iniciativa legislativa, se apoderó del discurso de la irrestricta libertad de las personas, de su derecho ultrasupremo a elegir y del negativo rol que tendría el Estado como regulador, al interferir en las decisiones de consumo de las familias.



Nada más alejado de la realidad. En primer lugar, la ley no arrebataría derechos a ninguna persona ni empresa particular, ni mucho menos pretende decidir sobre los aspectos básicos de la nutrición, educación y salud que los padres eligen para sus hijos. Lo único que se busca es regular la publicidad que sobre la comida chatarra existe, para evitar así la publicidad engañosa, emitir mensajes más claros a sus potenciales consumidores y alertar sobre los riesgos que el consumo de este tipo de alimentos genera. Este aspecto es fundamental, a sabiendas de que gran parte de los consumidores de comida chatarra son niños, fácilmente influenciables por imágenes difusas o personajes conocidos. ¿O les parece buenísimo que conocidos rostros de televisión fomenten el consumo de pollo frito sin alertar sobre las sustancias cancerígenas que contienen las papas que lo acompañan?[2]

Este tipo de regulación no es novedosa, no es invasiva, ni mucho menos es propia de un Estado totalitario; antes bien, es una práctica común en otras industrias, como la del alcohol o el tabaco. ¿Alguien se atreve a decir que la Nueva Ley Antitabaco, que restringe de fumar en hospitales, colegios, universidades y espacios públicos cerrados es un atentado contra las libertades fundamentales de la persona? ¿Acaso no promueven las compañías cerveceras, bajo su concepto de “responsabilidad social”, que sus propios consumidores cumplan con las regulaciones que el Estado les impone?

El fundamento económico de la regulación está en las imperfecciones que tiene el mercado. En este caso, el consumo de alcohol o cigarrillos –al igual que el de comida rápida- conlleva graves perjuicios a la salud que son conocidos perfectamente por el productor, mas no por el consumidor, quien conoce menos el producto que consume y, en caso desee obtener la información esta le resulta costosa (el costo de investigar, educarse, buscar fuentes confiables). Frente a este caso de información asimétrica, el Estado interviene exigiendo al productor que haga pública la información de que dispone para que el consumidor realice una elección más informada. Hoy nadie cuestiona las restricciones en la publicidad del alcohol o el tabaco porque conocemos muy bien los efectos secundarios de estas drogas sociales, luego de que estudios médicos independientes destruyeran los falsos mitos impuestos por la publicidad engañosa de las grandes corporaciones de estas industrias.

Existe, adicionalmente, un fundamento más fuerte: los comportamientos adictivos debilitan la salud de los individuos, haciendo que ellos, sus familiares o el Estado realicen un mayor gasto en salud que, aunque provechoso para el mercado de la salud, disminuye el bienestar de la sociedad. Regular la publicidad de bienes que pueden acabar siendo males, busca reducir los efectos colaterales de estos. Recuérdese que el Estado debe promover la libertad de sus individuos, pero también el bienestar de la sociedad, y de ninguna manera puede supeditar este a la libertad de los mercados, que es la libertad de las grandes corporaciones para engañar a sus consumidores. Que quede bien claro.

Adelante. Ahora que lo sabe, consuma comida chatarra. Somos gordos, seámoslo siempre.

1 comentario:

  1. Nunca me gustó la imagen que aparece en ciertas cajetillas de cigarrillos en los que hay algún paciente terminal. Por que cuando compro un par de puchos sé a lo que me expongo, por eso se llama "vicio", conoces las consecuencias pero como es una adicción, pesa más el placer momentáneo. Así que argumentaba con algunos amigos, si de atacar los vicios se trata, hay que hacerlo con igualdad, porque hay gente que chupa como descocido y que me crita fumarme el pucho, como si su chela o corto fuera más saludadble que mi pucho. Lo mismo con la comida chatarra.

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