domingo, 12 de mayo de 2013

Somos gordos, seámoslo siempre (II)

NO. Admito que, al igual que la mayoría de mis compatriotas, no conocía a Martín Caparrós. El argentino debe estar convirtiéndose en las próximas horas en el caserito de los memes y el ciberbullying de la Patriotísima Vanguardia Gastronómica del Perú luego de que en una entrevista a un  medio local afirmara que el gran mérito de la comida peruana es haberse convertido en referente local siendo tan simple[1].

Aunque sería interesante debatir cuál es el verdadero nivel de “simplicidad” de la comida peruana -cuestión que Caparrós deja pendiendo en la entrevista- lo cierto es que si alguna vez no alabas con mayúsculas un ceviche, corres el riesgo de ser considerado un traidor a la patria, en esta nueva era de afiebrados defensores del lomo saltado y la papa a la huancaína.
 
Pero si la cocina peruana, con sus variantes y todo, ha estado presente tantos años en nuestros hogares, ¿por qué recién hoy se le valora sobremanera? Indudablemente el boom gastronómico no es otra cosa que el boom económico de la gastronomía, que en pocos años ha permitido la proliferación de restaurantes y cadenas de imagen o comida peruana, oportunidades de negocio millonarias a las que solo acceden algunos. Pero esto de ninguna manera representa la revalorización de nuestra identidad y cultura simbolizadas en el acto de comer. De hecho, el boom gastronómico no ha permitido mejorar tangiblemente la calidad de los alimentos que utilizamos: hoy tenemos pollos con hormonas y semillas transgénicas de Monsanto. Por el siete por ciento de crecimiento, todo vale.

Tampoco la industria de la cocina ha mejorado considerablemente. En los restaurantes, sobretodo en los de clase alta, sigue habiendo exclusión, discriminación, malas condiciones laborales, informalidad y condiciones salubres muy cuestionables. ¿El Estado se atreverá a combatir estos males? Antes bien, le conviene que un buen circo distraiga a los comensales que comen las colas de rata de sus platos.

Sin lugar a dudas, lo que más indigna de este mentado boom es que lejos de ser un elemento unificador de la sociedad, la ha polarizado y politizado. Hoy por hoy, quien cuestiona algo relacionado a la gastronomía es un traidor a la patria (recuérdese el lamentable acoso que recibió uno de nuestros mejores escritores, Ivan Thays, al reconocer las ineludibles consecuencias de empujarse un buen seco con frejoles). Un peruano se indigna si no celebra su pollo a la brasa, mas no por el miserable sueldo que percibe quien produce las papas, por los vergonzosos índices de desnutrición infantil que en algunas zonas del país están al nivel de África, por la invasión de semillas transgénicas que nos dejó Alan García o que se arrasen hectáreas aptas para el cultivo para destinarlas a la minería o los hidrocarburos. Amargas ironías que el boom económico de la gastronomía sabe muy bien ocultar [2].
.

1 comentario:

  1. Recuerdo el trolleo que le hicieron a Thays hace un tiempo. Aunque no sea mi escritor favorito, me pareció lamentable que tanta gente se dedique a joderlo solo por algo que dijo "de taquito" en un artículo de su columna, la misma que, estoy seguro, no hubiesen sabido que existía de no ser por el roche. Recuerdo comentarios como "No sé quién sea ese tal Thays, pero me llega al pincho que se metan con mi lomo saltado".

    ResponderEliminar