domingo, 4 de agosto de 2013

Salvemos el Palais Concert: Desafiando el sistema

Siempre me han preguntado, a lo largo de estos dos años y medio, por qué, si no paga, si no ganas créditos, si nada va a cambiar, por qué defender el Palais Concert. Tras un largo proceso, la Red del Patrimonio Cultural, colectivo del que formo parte, presentó el Libro del I Concurso de Cuentos "Salvemos el Palais Concert", ¿Por qué lo defendíamos? Acá las palabras que di ante la FIL, en una mesa conformada también por Marco Martos (Poeta y Presidente de la Academia Peruana de la Lengua), Gonzalo Torres (Actor y conductor de "A la vuelta de la Esquina"), Silvia de los Ríos (Arquitectas especialista en vivienda y urbanismo) y Eduardo Reyme (Escritor y Director de la Editorial Vivirsinenterarse).

La Red del Patrimonio Cultural es un colectivo ciudadano que se fundó el 11 de mayo de 2011, y agrupó a ciudadanos interesados a la defensa del Palais Concert, un inmueble declarado en 1972 como Monumento de la Nación por su valor histórico, arquitectónico, estético y tecnológico.

Retrocedamos un poco, solo brevemente, hacia 1911. Don Genaro Barragán decidió construir un edificio en las esquinas del Jirón de la Unión y la Avenida Emancipación, para lo que contrató a los arquitectos italianos, los hermanos Másperi. Ellos diseñaron un edificio de estilo floreale o liberti (variante italiana del Art Nouveau) que, por sus características constructivas y su historia se convertiría en uno de los más destacados edificios del tradicional Jirón de la Unión y que se le conociera en esos años como la Casa Barragán.


El inmueble cuenta con cuatro niveles: el sótano y el primer piso se destinaron para uso comercial, el segundo y el tercer nivel se destinaron para oficinas o viviendas. El 1 de enero de 1913, se inauguró el Café Bar Palais Concert, a semejanza del Café de la Paix de París,  en el sótano de la Casa. Rápidamente se convirtió en punto de reunión de los literatos, ensayistas, artistas y periodistas de la época, hombres provenientes de diversos rincones del Perú: Abraham Valdelomar, José Carlos Mariátegui, César Vallejo, Percy Gibson, Federico More y muchos más. Por el origen de sus visitantes, no se puede estigmatizar al Palais de recinto elitista, como señalan algunos desafortunados comentaristas actuales que han ostentado, u ostentan aún, cargos públicos en el sector cultural. Dicha estigmatización, es frívola, racista y superficial.


En el Palais Concert se desarrolló una actividad cultural de relevancia nacional, pues fueron los años de la rebelión Colónida, como afirma Mónica Bernabé: “Por primera vez, también, desde lo literario, entre la frivolidad de la pose y la seriedad de los planteamientos estéticos, un grupo de intelectuales cuestiona el orden de la República Aristocrática. Por primera vez, también, existe una producción intelectual sin vinculaciones con la política, es decir, existe un grupo de artistas y escritores que hacen la política correspondiente a su propia esfera, legitiman la especificidad de sus espacios y, desde allí, interpelan a los hombres de la política y a las políticas del Estado.[1]

El Palais Concert, en ese sentido, es mucho más que el falso mito que se ha construido sobre él; fue un espacio abierto a la intelectualidad, al pensamiento crítico de muchos escritores de origen provinciano con un fuerte cuestionamiento al sistema –la República Aristocrática– que por ese entonces se creía que había sido artífice de la reconstrucción del país. Sistema que, cien años después, se mantiene más o menos igual, sin llegar a toda la población mediante las funciones que debiera cumplir y respetar.

Es este espíritu crítico, abierto y democrático que la Red del Patrimonio Cultural rescató a través de Salvemos el Palais Concert, para que la ciudadanía se acerque e identifique con un pasado que es suyo y que, lamentablemente, no conoce. Porque la cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, es testimonio del modo de vida de nuestros antepasados y, además, una forma gratuita y democrática de educación, un medio simbólico para el resguardo de la memoria, aquella que hoy, en nuestro país en aparente desarrollo, realmente se llama “amnesia colectiva”. En el contexto actual, en el que la ausencia de una memoria colectiva nos pone en el peligro de volver a cometer los errores del pasado, la conservación del Palais Concert, desde y para los ciudadanos, se hacía fundamental, a fin de evitar conflictos identitarios y, peor aún, sociales.

Sin embargo, pese a su importancia para la literatura, el periodismo, la política y la historia, el Palais Concert dejó de funcionar en los años treinta y el edificio que lo albergaba se destinó a otros usos ajenos a su función original: se alojaron las Galería Lafayette, el Hotel Richmond, los Almacenes Anchor y, hasta hace pocos años, la Discoteca Cerebro, una pollería y una zapatería. En el trayecto, hubo algunos intentos fallidos por devolver al edificio su esplendor original, como el Centro Cultural “Palais Concert” que funcionó brevemente en los años 2000.

Hasta que en marzo de 2010, la tienda Ripley presentó un anteproyecto al INC para destruir el edificio, mantener las fachadas y elevar una nueva construcción de cuatro pisos, demostrando nulo interés por la conservación del monumento. Este, felizmente, fue rechazado por las autoridades competentes.


No obstante, Ripley no daría marcha atrás y en julio del mismo año, sin contar con autorización alguna, realizaría agresivas prospecciones estructurales en vigas, columnas, paredes y pisos del Palais Concert, produciendo un daño irreversible a la estructura original, bajo la lamentable excusa de que los proyectistas querían conocer el estado del inmueble. Este grave atentado contra el patrimonio cultural, a pesar de ser de conocimiento  de las autoridades, no fue sancionado. Con el agravante de que el Palais Concert, a pesar de su estado en abandono y los usos tan incoherentes que se le dio, mantenía, hasta ese entonces, casi la totalidad de la manufactura original de 1911, tal y como lo señalan los expedientes del Ministerio de Cultura. Es decir, antes de Ripley, el edificio, aunque tenía añadidos posteriores, se mantenía casi intacto en cuanto a su estructura original.

Con este antecedente, resulta sorprendente que, dos meses después, Ripley presentara un nuevo anteproyecto, menos agresivo, pero igual de destructor a la integridad del monumento. Este contemplaba la construcción de falsos techos, escaleras eléctricas, entre otros, presentaba una escueta memoria de seis páginas; no contaba con planos originales ni investigación histórica. A pesar de todo, la Dirección de Patrimonio Histórico Colonial y Republicano del Ministerio de Cultura, aprobó el anteproyecto en un tiempo récord de seis días.

A partir de ahí, Ripley presentó el proyecto en octubre de 2010. Para el mes de abril de 2011 aún no se había emitido opinión al respecto y, presumo, extrañando la inusual celeridad que había mostrado el Ministerio en otros tiempos, la empresa se animó, una vez más, a realizar obras no autorizadas, esta vez en el sótano y en el primer piso, retirando desmonte en horas de la madrugada, sin fiscalización o control de las autoridades. Y la destrucción se habría concretado, de no ser por la respuesta ciudadana.

Por redes sociales se difundió un video en el que se veía esta escena y la indignación fue tal, que logró convocar a un grupo de ciudadanos que tomó iniciativas para que las obras se detuvieran; así mismo, convocaron a un primer plantón, que se llevaría a cabo en mayo de 2011, dando así inicio a la causa “Salvemos el Palais Concert”.

A partir de ahí, se desarrollaron un total de 10 actividades en el frontis del edificio: Cafés Literarios, manifestaciones, jornadas artísticas, intervenciones ciudadanas, para así devolver un ambiente de cultura al Jirón de la Unión, contando con la participación de jóvenes universitarios, colectivos artísticos, músicos, literatos, y sobre todo, teniendo una muy positiva respuesta por parte de los transeúntes de ese jirón de la peruanidad.

Adicionalmente a ello, y conscientes de que el debate sobre el destino del Palais Concert debía trascender la calle, la Red del Patrimonio Cultural organizó el conversatorio: “El Palais Concert y la conservación de la memoria”, para abordar desde un ámbito académico e interdisciplinario la problemática que afecta a gran parte de nuestro patrimonio cultural.

Además, al tener participación en algunos medios de comunicación, se nos permitió generar un grupo de presión que hizo que el Ministerio de Cultura sea mucho más cuidadoso a la hora de evaluar el proyecto. En todo momento, y debido a la presión pública, el Ministerio exigió a los proyectistas mantener intacta la originalidad del edificio, y logró así, reducir la agresividad del proyecto, que finalmente fue aprobado en setiembre de 2011. Aunque en gran medida conservaba el inmueble, el proyecto, que se concretó un año después, alteró aspectos fundamentales de la construcción, como la escalera original del Palais Concert –que fue reemplazada por una escalera “moderna”- y la desaparición de la losa traslúcida del sótano, que se conectaba con el lucernario y dotaba al sótano de iluminación natural. Así mismo, añadió elementos como un ascensor y un subsótano, alterando la concepción original del edificio.


Sobre esto, es menester resaltar que, de no haber habido presión ciudadana por la conservación del patrimonio, el Ministerio probablemente no habría defendido el Palais Concert, a pesar de que esta defensa tuvo sus deficiencias. En ningún momento, como obra en los expedientes del Ministerio de Cultura, los proyectistas de Ripley mostraron la voluntad de restaurar el edificio y, antes bien, quedó descubierto su afán de adecuar el espacio para los fines comerciales que tenían. La restauración que hoy se ve, fue gracias al clamor de cientos de ciudadanos preocupados por el Palais Concert.

Uno de los puntos cruciales del desarrollo del proyecto, fue su aprobación en la comisión técnica especializada de la Municipalidad de Lima. En ella, actuó como delegado del Colegio de Arquitectos del Perú el Arquitecto Edgar Santa Cruz, quien era además uno de los proyectistas de Ripley, encargado de la “restauración”. Su actuación como juez y parte, constituye una grave irregularidad de la que solo ha hecho caso el Colegio de Arquitectos, al imponerle una amonestación por no cumplir con las normas de la Comisión de Ética de su gremio.

A pesar de haber realizado una fuerte difusión sobre estas cuestiones, el destino del Palais Concert no cambió y se transformaba en una tienda de ropa, en medio de una celeridad sospechosa y el cómplice silencio de nuestras autoridades. Es por ello que, con el fin de fomentar la producción literaria en torno al Palais Concert, la Red del Patrimonio Cultural organizó en febrero del año pasado el I Concurso de Cuentos “El Palais Concert y la Conservación de la Memoria”, a fin de dejar constancia de la lucha que se había venido desarrollando. La convocatoria fue sumamente exitosa y participaron de ella 57 escritores de 7 países distintos y supuso para el jurado, conformado por José Güich, May Rivas y Selenco Vega, un muy esforzado trabajo para seleccionar a los tres ganadores y ocho finalistas, que conforman el libro que presentamos hoy.

Este es un pequeño resumen de las acciones que la Red del Patrimonio Cultural hizo en el marco de la causa Salvemos el Palais Concert y en nombre de ella, quiero hacer un agradecimiento especial a Augusto Carhuayo, sin cuyo apoyo fundamental este libro no se habría concretado y a la Editorial Vivirsinenterarse; gracias Eduardo, por apostar  por esta aventura.  También a Mónica Erazo, una de las pocas autoridades que supo escuchar nuestra protesta, a David Pino e Ivonne Lima por la información histórica. A Fernando Ramos de Mamachullo, a Edwin Cavello de Lima Gris, Francisco Quispetera de la Escuela Taller de Lima, A Herbert Rodríguez y el Averno; a Sientemag, Radio San Borja, Radio Santa Rosa, al programa Enemigos Públicos y al semanario Hildebrandt en sus trece, por darnos cabida en sus medios para poder hacer llegar nuestra voz a eso que llaman “opinión pública”. A Alessandra Tenorio y el equipo de la Casa de la Literatura Peruana.



A los 57 participantes del concurso de cuentos, por haber respondido a una convocatoria que traspasó fronteras; a los tres ganadores y ocho finalistas, quienes han construido con su talento, página por página este libro. Y de manera muy particular, al Jurado del concurso.

 A los más de cuatro mil activistas que nos siguen por las redes sociales, y muy en especial, a todos aquellos ciudadanos que participaron de nuestras jornadas artísticas, intervenciones ciudadanas y manifestaciones, porque elevaron la mirada y decidieron ver a su ciudad con  ojos distintos.

A todos ustedes les legamos este libro, como testimonio de una causa que, si bien no tuvo el resultado que esperábamos, nos deja satisfechos por los logros y el impacto generados al día de hoy (pues el mañana sigue en nuestros planes). Porque al Palais Concert, y lo que este significa, lo llevamos en la memoria. Porque cuando un niño se entretiene con el Caballero Carmelo, cuando un ama de casa declama los versos de Vallejo, cuando un estudiante analiza los 7 ensayos de Mariátegui, la inmortalidad y universalidad de nuestras letras e ideas se mantiene vigentes. Hoy, cuando Ripley cree perpetuar su infamia, nosotros reafirmamos nuestro imperativo: Señores, Salvemos el Palais Concert.

Muchas gracias.

Daniel Oporto Patroni
Red del Patrimonio Cultural
Feria Internacional del Libro de Lima, 31 de julio de 2013




[1] BERNABÉ, Mónica, “Vidas de artista. Bohemia y dandismo en Valdelomar, Mariátegui y Eguren (Lima, 1911-1922)”. Beatriz Viterbo Editora, Instituto de Estudios Peruanos, 2006. P. 88

lunes, 17 de junio de 2013

Asu mare, qué largo el comercial de Brahma!

"Asu Mare" el exitoso unipersonal del muy talentoso Carlos Alcántara ha sido llevado a la pantalla grande gracias a la astucia empresarial de Ricardo Maldonado (el director contratado por PromPerú para el video promocional de "Perú Nebraska") y, sobretodo de la multinacional Ambev, que utiliza a Alcántara desde hace varios años como imagen de Brahma, su producto estrella.

La fiebre de éxito del que forma parte "Asu mare" (en lo sucesivo, evitaré referirme al producto como "película" o "cine" ya que es muy exagerado) no se correlaciona de ninguna manera con su calidad cinematográfica. Veamos por qué.

Lejos de haber querido construir una historia, los guionistas se limitaron a mantener el discurso del unipersonal casi intacto, salvo algunas modificaciones para crear un producto, al menos, distinto. El protagonista narra, utilizando el mismo monólogo de su espectáculo, gran parte de sus diálogos y los de su madre, anulando pues, la actuación de los dos personajes más importantes. Por lo menos casi una tercera parte del producto son escenas del unipersonal, ¡casi una tercera parte!

                                                                ¡Asu mare! ¿Me vendes una chela o una pela?


En las escenas que intentan, de alguna manera, construir una película, la intromisión de Ambev es descarada y vergonzosa. "Cachín" -el nombre comercial de Alcántara para su última campaña publicitaria-, los amigos en la playa -poco original mensaje de Brahma-, las chicas en bikini y, en general, la propuesta visual de las fiestas clasemedieras y los "patas del barrio" hacen de "Asu Mare" el más largo comercial de la popular cerveza.

Salvo la genialidad de Carlos Alcántara y la convincente actuación de Ana Cecilia Natteri en el papel de Chabela (en contraste con la desabrida Gisela Ponce de León en el mismo personaje años más joven) todo es mediocre: las actuaciones, en su mayoría forzadas o previsibles, un guión con diálogos de una simplicidad propia, claro está, de un comercial y demasiadas imprecisiones históricas (no, no es un documental, pero, ¿qué hacen los mamarrachos arquitectónicos de la última década o automóviles modernos en una playa al final de los ochentas?).

Si me atrevo a llamarla "película", sería solo hacia el final, cuando se muestra el trance de Cachín por las drogas y lo que finalmente lo salva, el arte del clown. Peroestos momentos son arruinados por el exceso de cursilería y el redundante mensaje del "Sí se puede", que más parece responder a un discurso oficial del crecimiento y el "Perú Avanza" que a la satisfacción de una verdadera necesidad cinematográfica.

¡Asu mare, tres millones de espectadores! Si la industria peruana quiere ganar millones ya sabe qué rumbo tomar. Y también qué costos asumir.

lunes, 3 de junio de 2013

Neoexpresionismo, cine y literatura: "La escafandra y la mariposa" (Julian Schnabel, 2006)




Julian Schnabel (EE.UU. 1951) es uno de los más reconocidos artistas del neoexpresionismo. Como pintor neoexpresionista recupera la figuración, subjetividad y los temas románticos propios del primer expresionismo –como respuesta a las radicales abstracciones y minimalismos de los sesenta-, mediante técnicas transgresoras de la bidimensionalidad del lienzo (influenciado por Antoni Tàpies), utilizando el dripping y el splashing de Jackson Pollock y con un acercamiento al primitivismo, inspirado en Pablo Picasso. Su sello personal viene por el tema tratado: el interior de la psique humana, cuyas imágenes fluyen entre lo desconcertante y lo infantil, a menudo tomadas de la iconografía cristiana, la mitología clásica, la cultura popular, y especialmente, el cine.




Schnabel incursionó en el séptimo arte con el poco convincente biopic “Basquiat” (1996), que fue seguido por una obra mejor aunque incompleta: “Antes que anochezca” (2000). Tras varios años de silencio cinematográfico, el norteamericano sorprendió a la crítica en 2006 con “La escafandra y la mariposa”, película inspirada en las memorias de Jean-Dominique Bauby, editor en jefe de la revista Elle. En 1995, víctima del síndrome de encarcelamiento luego de un accidente cerebrovascular, Bauby despierta de un coma después de tres semanas para descubrir que su cuerpo está totalmente paralizado, y solo puede mover su ojo izquierdo. Tras una fuerte depresión inicial, Jean-Do comienza a adaptarse a su nueva vida, mientras busca una forma de liberarse de la prisión que es su propio cuerpo.



La historia es narrada con maestría por Schnabel, quien mantiene en el filme el espíritu del libro -aunque con importantes variaciones argumentales-, creando para ello un lenguaje visual y estético ad-hoc, que construye el filme a partir del punto de quiebre en la vida del protagonista: antes y después de descubrir la mariposa que lo librará de su escafandra. Son tres los elementos de dicho lenguaje: una cuidadosa dirección, con mínimos movimientos de cámara precisos, durante los primeros minutos subjetiva, enclaustrada en las cuatro paredes de la pequeña habitación del hospital y que luego adquiere una gran fluidez con movimientos ágiles en tomas en exteriores, y la fotografía, inicialmente trabajada en la frialdad del verde pálido, muta hacia la mitad del filme, permitiendo el ingreso de la luz, y haciendo que cada plano, cada escena, cada encuadre formen un exuberante collage -al que se le suma un ecléctico soundtrack: The Velvet Underground, U2, Nino Rotta, Tom Waitts, Joe Strummer y The Beatles- de experiencias y emociones que, irónicamente, son el producto de la memoria, la imaginación y la poca vida real que le queda a Bauby.




"La escafandra y la mariposa” es un filme doblemente posmoderno. La deconstrucción de la secuencia temporal, la presentación de acciones simultáneas y la mezcla de distintos formatos audiovisuales le otorgan la posmodernidad cinematográfica. En tanto que el uso del fuera de foco, la imponencia de los símbolos religiosos, el homenaje a la historia del cine y la figura de la mujer revelan la reinvención cinematográfica del lenguaje pictórico de Schnabel, que en esta ocasión acaba siendo un homenaje a grandes del cine: Woody Allen, François Truffaut, Eduardo de Filippo y Christian Marquand.

Como en sus trabajos anteriores el motor de la trama es la inspiración artística, aunque en este caso, profundiza en el interior de la psique humana. A través de las reflexiones del propio Bauby, Schnabel embarca al espectador en un insondable viaje que explora los límites de la naturaleza humana y la respuesta del hombre frente al dolor, la monotonía, el fracaso y la cercanía a la muerte. A pesar de ello, Schnabel evita caer en el melodrama o el patetismo fatalista y, antes bien, el filme se convierte en una mariposa para el espectador, como la que encontró Jean-Do. En efecto, la escena final supone el origen del filme –el libro- y se muestra como la redención del propio Bauby, cuyo acierto final supo corregir la “serie de experiencias fallidas” que alguna vez consideró fue su vida.






miércoles, 15 de mayo de 2013

Yo no pude, Javier

Cincuenta años desde su muerte y aunque insuficientes, se hacen cada vez más numerosos los homenajes al poeta guerrillero Javier Heraud (1942-1963). Había leído algo sobre él en mi texto escolar de literatura peruana. Hablé de él con mi padre y me comentó que lo conoció, de joven, cuando era profesor en su colegio, la GUE Ricardo Palma de Surquillo, allá por finales de los cincuenta.

Yo no puedo analizar su obra ni explicar su actividad guerrillera, solo puedo admirarla. Admirar que a Heraud solo le tomó 21 años volverse inmortal, admirar la valentía que a muchos jóvenes hoy día nos falta para contribuir a nuestro país desde las letras y la acción política. Aunque la admiración esté revestida de vergüenza.

Yo no pude, Javier. Aunque yo sí me ría de la muerte y ame estar rodeado de pájaros y árboles, a veces el terror me paraliza y la vulnerabilidad me destruye.


Fuente: http://www.google.com.pe/url?sa=i&source=images&cd=&cad=rja&docid=2H-XjhCDZM06vM&tbnid=WPmo-PitlHyd0M:&ved=0CAgQjRwwAA&url=http%3A%2F%2Fwww.caretas.com.pe%2F1998%2F1519%2Fculturales%2Fculturales.htm&ei=irGTUZucK5ei4AOX3ICwCg&psig=AFQjCNFqG3pAFNdbxNLNOeKGKsVZewIIsw&ust=1368720138787121

domingo, 12 de mayo de 2013

Somos gordos, seámoslo siempre (II)

NO. Admito que, al igual que la mayoría de mis compatriotas, no conocía a Martín Caparrós. El argentino debe estar convirtiéndose en las próximas horas en el caserito de los memes y el ciberbullying de la Patriotísima Vanguardia Gastronómica del Perú luego de que en una entrevista a un  medio local afirmara que el gran mérito de la comida peruana es haberse convertido en referente local siendo tan simple[1].

Aunque sería interesante debatir cuál es el verdadero nivel de “simplicidad” de la comida peruana -cuestión que Caparrós deja pendiendo en la entrevista- lo cierto es que si alguna vez no alabas con mayúsculas un ceviche, corres el riesgo de ser considerado un traidor a la patria, en esta nueva era de afiebrados defensores del lomo saltado y la papa a la huancaína.
 
Pero si la cocina peruana, con sus variantes y todo, ha estado presente tantos años en nuestros hogares, ¿por qué recién hoy se le valora sobremanera? Indudablemente el boom gastronómico no es otra cosa que el boom económico de la gastronomía, que en pocos años ha permitido la proliferación de restaurantes y cadenas de imagen o comida peruana, oportunidades de negocio millonarias a las que solo acceden algunos. Pero esto de ninguna manera representa la revalorización de nuestra identidad y cultura simbolizadas en el acto de comer. De hecho, el boom gastronómico no ha permitido mejorar tangiblemente la calidad de los alimentos que utilizamos: hoy tenemos pollos con hormonas y semillas transgénicas de Monsanto. Por el siete por ciento de crecimiento, todo vale.

Tampoco la industria de la cocina ha mejorado considerablemente. En los restaurantes, sobretodo en los de clase alta, sigue habiendo exclusión, discriminación, malas condiciones laborales, informalidad y condiciones salubres muy cuestionables. ¿El Estado se atreverá a combatir estos males? Antes bien, le conviene que un buen circo distraiga a los comensales que comen las colas de rata de sus platos.

Sin lugar a dudas, lo que más indigna de este mentado boom es que lejos de ser un elemento unificador de la sociedad, la ha polarizado y politizado. Hoy por hoy, quien cuestiona algo relacionado a la gastronomía es un traidor a la patria (recuérdese el lamentable acoso que recibió uno de nuestros mejores escritores, Ivan Thays, al reconocer las ineludibles consecuencias de empujarse un buen seco con frejoles). Un peruano se indigna si no celebra su pollo a la brasa, mas no por el miserable sueldo que percibe quien produce las papas, por los vergonzosos índices de desnutrición infantil que en algunas zonas del país están al nivel de África, por la invasión de semillas transgénicas que nos dejó Alan García o que se arrasen hectáreas aptas para el cultivo para destinarlas a la minería o los hidrocarburos. Amargas ironías que el boom económico de la gastronomía sabe muy bien ocultar [2].
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Somos gordos, seámoslo siempre


He leído con suma sorpresa la columna de Luis Felipe Zegarra en Diario.16[1], en la que critica ferozmente la Ley de Alimentación Saludable para Niños y Adolescentes, que, entre otros fines, busca regular la publicidad de las empresas de comida rápida. Su crítica, al igual que la de la gran mayoría de lo que se opone a esta iniciativa legislativa, se apoderó del discurso de la irrestricta libertad de las personas, de su derecho ultrasupremo a elegir y del negativo rol que tendría el Estado como regulador, al interferir en las decisiones de consumo de las familias.



Nada más alejado de la realidad. En primer lugar, la ley no arrebataría derechos a ninguna persona ni empresa particular, ni mucho menos pretende decidir sobre los aspectos básicos de la nutrición, educación y salud que los padres eligen para sus hijos. Lo único que se busca es regular la publicidad que sobre la comida chatarra existe, para evitar así la publicidad engañosa, emitir mensajes más claros a sus potenciales consumidores y alertar sobre los riesgos que el consumo de este tipo de alimentos genera. Este aspecto es fundamental, a sabiendas de que gran parte de los consumidores de comida chatarra son niños, fácilmente influenciables por imágenes difusas o personajes conocidos. ¿O les parece buenísimo que conocidos rostros de televisión fomenten el consumo de pollo frito sin alertar sobre las sustancias cancerígenas que contienen las papas que lo acompañan?[2]

Este tipo de regulación no es novedosa, no es invasiva, ni mucho menos es propia de un Estado totalitario; antes bien, es una práctica común en otras industrias, como la del alcohol o el tabaco. ¿Alguien se atreve a decir que la Nueva Ley Antitabaco, que restringe de fumar en hospitales, colegios, universidades y espacios públicos cerrados es un atentado contra las libertades fundamentales de la persona? ¿Acaso no promueven las compañías cerveceras, bajo su concepto de “responsabilidad social”, que sus propios consumidores cumplan con las regulaciones que el Estado les impone?

El fundamento económico de la regulación está en las imperfecciones que tiene el mercado. En este caso, el consumo de alcohol o cigarrillos –al igual que el de comida rápida- conlleva graves perjuicios a la salud que son conocidos perfectamente por el productor, mas no por el consumidor, quien conoce menos el producto que consume y, en caso desee obtener la información esta le resulta costosa (el costo de investigar, educarse, buscar fuentes confiables). Frente a este caso de información asimétrica, el Estado interviene exigiendo al productor que haga pública la información de que dispone para que el consumidor realice una elección más informada. Hoy nadie cuestiona las restricciones en la publicidad del alcohol o el tabaco porque conocemos muy bien los efectos secundarios de estas drogas sociales, luego de que estudios médicos independientes destruyeran los falsos mitos impuestos por la publicidad engañosa de las grandes corporaciones de estas industrias.

Existe, adicionalmente, un fundamento más fuerte: los comportamientos adictivos debilitan la salud de los individuos, haciendo que ellos, sus familiares o el Estado realicen un mayor gasto en salud que, aunque provechoso para el mercado de la salud, disminuye el bienestar de la sociedad. Regular la publicidad de bienes que pueden acabar siendo males, busca reducir los efectos colaterales de estos. Recuérdese que el Estado debe promover la libertad de sus individuos, pero también el bienestar de la sociedad, y de ninguna manera puede supeditar este a la libertad de los mercados, que es la libertad de las grandes corporaciones para engañar a sus consumidores. Que quede bien claro.

Adelante. Ahora que lo sabe, consuma comida chatarra. Somos gordos, seámoslo siempre.