lunes, 3 de junio de 2013

Neoexpresionismo, cine y literatura: "La escafandra y la mariposa" (Julian Schnabel, 2006)




Julian Schnabel (EE.UU. 1951) es uno de los más reconocidos artistas del neoexpresionismo. Como pintor neoexpresionista recupera la figuración, subjetividad y los temas románticos propios del primer expresionismo –como respuesta a las radicales abstracciones y minimalismos de los sesenta-, mediante técnicas transgresoras de la bidimensionalidad del lienzo (influenciado por Antoni Tàpies), utilizando el dripping y el splashing de Jackson Pollock y con un acercamiento al primitivismo, inspirado en Pablo Picasso. Su sello personal viene por el tema tratado: el interior de la psique humana, cuyas imágenes fluyen entre lo desconcertante y lo infantil, a menudo tomadas de la iconografía cristiana, la mitología clásica, la cultura popular, y especialmente, el cine.




Schnabel incursionó en el séptimo arte con el poco convincente biopic “Basquiat” (1996), que fue seguido por una obra mejor aunque incompleta: “Antes que anochezca” (2000). Tras varios años de silencio cinematográfico, el norteamericano sorprendió a la crítica en 2006 con “La escafandra y la mariposa”, película inspirada en las memorias de Jean-Dominique Bauby, editor en jefe de la revista Elle. En 1995, víctima del síndrome de encarcelamiento luego de un accidente cerebrovascular, Bauby despierta de un coma después de tres semanas para descubrir que su cuerpo está totalmente paralizado, y solo puede mover su ojo izquierdo. Tras una fuerte depresión inicial, Jean-Do comienza a adaptarse a su nueva vida, mientras busca una forma de liberarse de la prisión que es su propio cuerpo.



La historia es narrada con maestría por Schnabel, quien mantiene en el filme el espíritu del libro -aunque con importantes variaciones argumentales-, creando para ello un lenguaje visual y estético ad-hoc, que construye el filme a partir del punto de quiebre en la vida del protagonista: antes y después de descubrir la mariposa que lo librará de su escafandra. Son tres los elementos de dicho lenguaje: una cuidadosa dirección, con mínimos movimientos de cámara precisos, durante los primeros minutos subjetiva, enclaustrada en las cuatro paredes de la pequeña habitación del hospital y que luego adquiere una gran fluidez con movimientos ágiles en tomas en exteriores, y la fotografía, inicialmente trabajada en la frialdad del verde pálido, muta hacia la mitad del filme, permitiendo el ingreso de la luz, y haciendo que cada plano, cada escena, cada encuadre formen un exuberante collage -al que se le suma un ecléctico soundtrack: The Velvet Underground, U2, Nino Rotta, Tom Waitts, Joe Strummer y The Beatles- de experiencias y emociones que, irónicamente, son el producto de la memoria, la imaginación y la poca vida real que le queda a Bauby.




"La escafandra y la mariposa” es un filme doblemente posmoderno. La deconstrucción de la secuencia temporal, la presentación de acciones simultáneas y la mezcla de distintos formatos audiovisuales le otorgan la posmodernidad cinematográfica. En tanto que el uso del fuera de foco, la imponencia de los símbolos religiosos, el homenaje a la historia del cine y la figura de la mujer revelan la reinvención cinematográfica del lenguaje pictórico de Schnabel, que en esta ocasión acaba siendo un homenaje a grandes del cine: Woody Allen, François Truffaut, Eduardo de Filippo y Christian Marquand.

Como en sus trabajos anteriores el motor de la trama es la inspiración artística, aunque en este caso, profundiza en el interior de la psique humana. A través de las reflexiones del propio Bauby, Schnabel embarca al espectador en un insondable viaje que explora los límites de la naturaleza humana y la respuesta del hombre frente al dolor, la monotonía, el fracaso y la cercanía a la muerte. A pesar de ello, Schnabel evita caer en el melodrama o el patetismo fatalista y, antes bien, el filme se convierte en una mariposa para el espectador, como la que encontró Jean-Do. En efecto, la escena final supone el origen del filme –el libro- y se muestra como la redención del propio Bauby, cuyo acierto final supo corregir la “serie de experiencias fallidas” que alguna vez consideró fue su vida.






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